Guerra de influencias |
odos estamos expuestos a influencias y, aunque no seamos conscientes de ello, la vida del hombre en la tierra consiste en una guerra de influencias.
Hoy en día hay un término de moda: Influencer. Muchos viven afectados por el poder de atracción y la capacidad de marcar tendencia de un influencer. A veces, el hombre o mujer que te influyen no son conscientes de que se han convertido en tu influencer, pero entran en esa categoría especial de personas que te ha impartido su sabiduría o visión o forma de ser, de manera que lo que hoy eres se debe, en gran medida, al grupo de gente influyente que has seguido: padres, amigos de la infancia, algún profesor o maestra, tu pareja, el grupo musical que escuchabas, tu actor favorito, un youtuber, tu líder de jóvenes, etc. En definitiva, si le damos lugar en nuestro mundo, tanto como para que nos influencie, poco a poco modela lo que somos.
Aquello a lo que sigues, inevitablemente, te influencia. ¿Eres un seguidor de Jesús? ¿Es Él tu mayor influencia? Se notará, porque serás más y más como Él.
¿Y qué de Jesús en esto de la influencia?
De Jesús, el Cristo, dijeron (los enemigos que le perseguían): “… no permites que nadie influya en ti ni te dejas llevar por las apariencias”. Mateo 22:16 (RV Contemporánea). Los hombres, Satanás o el pecado del mundo no lograron invadir la vida de Jesús con su influencia. ¿Cuál fue entonces la poderosa influencia que tuvo? La del Padre.
Por otra parte, Jesús no trajo la influencia del Cielo con religiosidad, aunque muchos lo consideren hoy un líder religioso. Fue el hombre más influyente de todos los tiempos a través de una vida poderosa. En palabras de Griffiths Thomas (clérigo inglés y erudito anglicano del s. XIX):
“Él es la más grande influencia en el mundo hoy. Hay, como bien se ha dicho, un quinto evangelio que ha sido escrito: la obra de Jesucristo en los corazones y vidas de los hombres y naciones”.
Dejemos que Jesús sea nuestra mayor influencia
El verbo influir es de origen latino. Está compuesto por el prefijo in (penetrar o estar en) y el verbo fluo, fluis, fluere, fluxi (fluir, deslizarse, manar). De manera que influir, etimológicamente, podría traducirse como la acción o el efecto de invadir; que penetre en mí algo que fluye; que me afecte algo que está en movimiento.
En este sentido, el Espíritu Santo quiere influir al hombre, solo que lo hace de forma cortés, sin forzar su voluntad; a diferencia de otras influencias que pueden llegar a invadir, afectar y dirigir la voluntad de los hombres por la fuerza. Jesús no actúa así. Él quiere impartirnos su dignidad, carácter y bendición, siempre y cuando nosotros le demos cabida, es decir, dejemos hacer a su Espíritu.
Por ejemplo, Dios quiso tocar el ánimo de algunos valientes para que acompañaran a la guerra a Saúl: “Dios influyó en el ánimo de varios valientes para que lo acompañaran”
(1 Samuel 10:26 DHH). En la Reina Valera 1960 lo expresa así: “los hombres de guerra, cuyos corazones Dios había tocado”.
Así es como lo hace el Señor: influye en el ánimo; toca nuestros corazones; pero es un toque o una influencia sutil y amable, respetuosa y que podemos ignorar o despreciar. Nunca será algo que se nos impone. Así no actúa el Santo.
Otro ejemplo de su influencia cortés es la de Jeremías 15:19. El Señor quiere volver a ser la mayor influencia del profeta y restaurar su bienestar espiritual. Para ello le amonesta con su palabra y le promete que, si se deja sanar, recuperará su poder de influencia sobre los hombres de Israel: “Si regresas a mí te restauraré para que puedas continuar sirviéndome. Si hablas palabras beneficiosas en vez de palabras despreciables, serás mi vocero. Tienes que influir en ellos; ¡no dejes que ellos influyan en ti!” (Jeremías 15:19- NTV).
Cuando Dios nos influencia podemos influenciar a otros. ¿Cómo? Con firmes convicciones (Tito 3:8) * y con amables razones (Tito 3:2 y 2 Timoteo 2:24-26) **. Es decir, no podemos convertirnos en legalistas religiosos que desde una tribuna moral van dando 'bibliazos' y mandando a los otros al Infierno.
La influencia familiar
En la historia de Israel (Jueces 2 y 3) aprendemos que el comienzo de la decadencia fue consecuencia de una pérdida de influencia. Los padres de la segunda generación no lograron ser, para sus hijos, una influencia más poderosa que la de los pueblos cananeos: “Y el pueblo sirvió al Señor todos los días de Josué, y todos los días de los ancianos que sobrevivieron a Josué, los cuales habían sido testigos de la gran obra que el Señor había hecho por Israel. Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años y lo sepultaron en el territorio de su heredad, en Timnat-Sera, en la región montañosa de Efraín, al norte del monte Gaas. También toda aquella generación fue reunida a sus padres; y se levantó otra generación después de ellos que no conocía al Señor, ni la obra que Él había hecho por Israel” (Jueces 2:7-10).
Esa tragedia no se puede repetir en estos días. Por eso Dios nos habla con voz de alarma para que tomemos nuestro lugar en esta guerra de influencia, creyendo que no nos influirán ellos a nosotros, sino que nosotros influenciaremos a los hombres que nos rodean (Jeremías 15:19).
El Diablo intenta influir con engaño y penetrar en nuestras vidas para dañar. Especialmente intenta influenciar a los niños y jóvenes, para destruir a la nueva generación. Es toda una guerra de influencias en la que debemos proteger nuestras familias y convertirnos en una influencia más poderosa que la de este sistema caído. “Porque mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).
Efectivamente, no podemos aislar a nuestros hijos de las influencias del mundo, pero sí que podemos prepararlos para resistirlas y convertirnos en una fuerza de atracción hacia lo de Dios más influyente que las de los pueblos de alrededor.
¿Cómo podemos ser, para nuestros hijos, una mayor influencia que la del mundo y atraerlos a lo de Dios?
Salto de página
Creamos que la influencia del mundo será lápiz, que afecta a nuestros hijos o nietos, pero que se pueda borrar, mientras que la influencia del Señor, a través nuestra, será huella, que también marca a nuestros hijos y que no se puede anular tan fácilmente, sino que los acompaña el resto de su vida. Sobre todo, si logramos tocar su tierno corazón con el amor de Jesús en la infancia y adolescencia, cuando el barro de su carácter todavía es moldeable.
Se cuenta que el rey Jorge V de Inglaterra fue un día a visitar una fábrica de cerámica. Llevado por la curiosidad tomó en sus manos varias piezas que estaban dispuestas para entrar en el horno, de modo que el blando barro quedó impresionado por los dedos del rey. El dueño de la fábrica vio en ello una oportunidad de negocio. Si cualquier otro hubiera dejado sus huellas en las vasijas hubiese sido echarlas a perder. Pero la huella del rey revalorizó las piezas de barro. De la misma forma ha de suceder con nuestros hijos. Que la influencia del Señor, es decir, su toque a través de la influencia familiar o de nuestras congregaciones, afecte positivamente sus vidas, y que la huella de Jesús se quede para siempre en su alma. Esta marca será de gran valor para el mundo, que ha perdido casi todo rastro de la imagen de Cristo, y para los propósitos del reino de Dios.
Ahora bien, ¿cómo ser, para nuestros hijos y nietos, una mayor influencia que la del mundo y atraerlos a lo de Dios? Termino este soliloquio con cinco consejos para que nuestra influencia sea poderosa y difícil de borrar:
1- Hay un principio espiritual que se ve reflejado en la Teoría Gravitacional: lo que más pesa se convierte en tu centro de influencia o lo que ejerce atracción. Para tener peso delante de nuestros hijos, llegar a ser su centro de influencia y lo que tiene atractivo en su futuro proyecto de vida, debemos vivir en una forma saludable el Evangelio; que Jesús tenga peso en nuestra propia vida y que nuestra relación con Él sea tan atractiva que los acerque a Dios, en lugar de alejarlos. Si solo somos palabreros, que dicen y no viven; religiosos, que profesan y no modelan; si hay una incoherencia entre la vida abundante que afirmamos tener y la que realmente experimentamos; nuestro testimonio carece del peso suficiente como para ser una influencia capaz de atraer a nuestros jóvenes y niños. Quizás no lo digan, no obstante, en su fuero interno lo saben: el cristianismo de mis padres no tiene respuestas para lo que me gustaría ser; debo buscar en otra forma de vida.
2- Que nuestro matrimonio muestre lo que el poder de Dios puede hacer en el carácter y la familia de alguien normal. No somos súper héroes ni personas sobresalientes en su integridad y conducta. Que nuestros hijos comprendan que reconocemos nuestra propia debilidad y fallos los acercará a nuestro testimonio. Somos gente normal, con malos días, como todos, pero nos hemos consagrado a Cristo y su Espíritu está transformándonos en alguien mejor de lo que jamás hubiésemos soñado. Su palabra nos moldea para llegar a ser la mejor versión de esposo y esposa que pudiésemos desear. Por esa obra amorosa e incansable de nuestro Padre Celestial nuestro matrimonio tiene un presente y futuro. Si nuestros hijos presencian ese milagro diario, el día de mañana lo recordarán y tendrán una brújula para su propia felicidad matrimonial.
3- Que la relación con ellos pueda ser un puente sólido y limpio de obstáculos, un camino de ida y vuelta, para estar cerca unos de otros, rompiendo el aislamiento en el que muchos hogares caen, aunque convivan bajo el mismo techo. La relación se construye y se cuida en el contexto de comer juntos, hacer las labores de casa en unidad, reír juntos, llorar cerca, también; disfrutar una película, viajar a algún lugar de vez en cuando, ir de compras, hablar de sus inquietudes y abrirles nuestro corazón. En fin, convivir realmente en lugar de simplemente sobrevivir.
4- Ser contundentes en nuestros noes. Explicar muy bien el por qué les decimos no a una oferta de este sistema, para que entiendan que somos sus aliados y protectores a la hora de que lleguen a ser hombres y mujeres de bien. Y, al mismo tiempo, ofrecerles alternativas saludables, dejando bien claro que en el reino de Dios hay más síes que noes. El cristianismo no es una negativa a la felicidad, a la diversión, a la vida intensa y a muchas experiencias nuevas y emocionantes. Todo lo contrario, es una existencia colorida y llena de sabor. Solo que de forma sana. El Enemigo de Dios y del Hombre sigue susurrando: “¿Con que Dios ha dicho que no comas de ninguno?”. Cuando lo que Dios había dicho era que no comieran de uno solo y que disfrutaran del resto. La vida provista por Dios es muchos síes y pocos noes.
5- Es muy importante la alianza entre congregación y familia. Iglesias fuertes y familias saludables. De esto os estuve escribiendo en el último soliloquio al que os remito: S.O.S. ¡Salvemos la familia!
La guerra por la influencia se comienza a ganar en nuestro interior, dejando que Cristo sea nuestro rey; se continúa venciendo en el contexto familiar; y, desde allí, debe seguir fluyendo hacia la sociedad, para la que podemos ser influencers, sin buscarlo ni pretenderlo, pero que afectamos a los que nos rodean con la influencia de Jesús.
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* Tito 3:8: Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres.
** Tito 3:2: Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres. 2 Timoteo 2:24-26: Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él.
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