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Resulta muy evidente el que nos debemos cuestionar la calidad de algunos contenidos que consumimos. Pero hay algo más sutil y que puede pasar desapercibido para algunos: el problema no está solo en la calidad, sino también en la cantidad. Es decir, podemos llenarnos de buena información, de maravillosos mensajes, de sano entretenimiento... y que el atracón nos acabe haciendo daño o nos lleve a una especie de embotamiento.
Mi padre me dice que el exceso de agua de las últimas lluvias le ha podrido casi todos sus árboles. En sus propias palabras: “Melocotoneros, albaricoqueros, naranjos, varios limoneros, los setos… En fin, un desastre. Fíjate que me han sobrevivido un par de higueras, que son de secano, y un manzano y un peral. También varios limoneros y poco más. Tanta agua ha hecho que se pudra la raíz”. Este último temporal ha acabado con la vida de árboles que llevaban años dando buen fruto. Y es que, demasiada agua pudre las raíces.
Cuidado porque en este tiempo estamos expuestos a abundancia de agua. Me refiero a una saturación de mensajes y palabras que nos llueven por las redes sociales y diferentes medios de comunicación. Es importante estar bien regados y ser como árboles plantados junto a corrientes de aguas. Otra cosa es estar inundados de agua y que nuestra capacidad de asimilar tanta información se vea sobrepasada, de manera que ya no sabemos ni asimilar lo que el Espíritu Santo nos está diciendo cada día.
Mi soliloquio de hoy apunta hacia la necesidad que tenemos de ser selectivos. ¿Qué decido oír y qué no? ¿A qué le doy mi tiempo y a qué no? ¿Qué puedo y quiero leer, y qué no es digno de mi atención?
Con esto de que todos los predicadores y ministerios estamos haciendo un gran esfuerzo de comunicación en los días de confinamiento, y de pandemia en general, si no regulamos con sabiduría nuestra exposición a tanta agua corremos riesgo de inundación.
No me malinterpretes. Me encanta que haya abundancia de palabra, tal y como Colosenses recomienda: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Colosenses 3:16). Cuando una canción me ha bendecido o un versículo me ha tocado, o un artículo o programa es de inspiración, dejemos que esa bendición fluya como un río y que no se estanque en nosotros.
Lo que nos debe alertar de peligro de infodemia es la actitud de los atenienses: “Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo” (Hechos 17:21). Eso es un claro ejemplo de la comezón de oídos que describe Pablo en 2ª Timoteo 4:3.
El árbol plantado junto a corrientes de agua va tomando de la humedad del subsuelo a medida que va necesitando agua viva. Y de tanto en tanto se refresca con las lluvias del cielo. Pero en la inundación no hay forma de dosificar lo que las raíces absorben. Simplemente, se atiborran de agua, y esto las pudre. Nosotros también debemos discernir cuándo estamos expuestos a una inundación que puede anegarnos e intentar, en la medida de lo posible, ponernos a salvo. Ahí van algunos consejos para que tomemos agua y humedad en porciones saludables. Me los aplico yo el primero:
1) Busquemos nuestra propia palabra de Dios diariamente. Nada se compara con estar a los pies de Jesús. Ese ambiente es la humedad y la frescura que todos necesitamos. Los árboles de los desiertos tienen la capacidad de ahondar con sus raíces y encontrar aguas profundas. Nosotros tenemos esa profundidad en el secreto. En lo oculto de nuestros cuartos podremos empaparnos con el amor de Cristo y recibir palabras de vida eterna. Y esa es la palabra que nos va a sostener diariamente y a orientar.
2) Es crucial, también, escuchar la palabra de nuestros pastores y de la iglesia local en la que perseveramos. Aunque estemos expuestos a multitud de maestros y de influencias, hemos de saber priorizar la mesa de nuestra casa espiritual, ya que allí hay un mensaje que estará guiado por el Señor (a través de nuestros líderes y hermanos mayores) para responder a la necesidad de nuestras familias.
3) Otro consejo, demasiado evidente, aunque no lo puedo obviar, es que debemos estar informados con rigor y, sobre todo, escuchar a los dos espías. Informarnos con seriedad es cada vez más difícil. ¡Claro que oigo noticias en la radio o en la televisión! Sin embargo, no me quedo ahí. Sigo a otros periodistas, expertos e informantes que no tengan amordazada la boca (o la mano para escribir). Hay días en los que da risa ver el telediario. Parece propaganda en lugar de periodismo serio. Pero bueno, es el mundo en el que estamos.
En fin… intento estar al tanto de los gigantes, las murallas, los buenos frutos de la tierra, los ejércitos enemigos y todo eso que afecta a mi país y a las naciones, y no lo podemos negar. Entonces, decido (otra vez lo diré), decido, oír a Josué y a Caleb. No me pueden desmoralizar los diez espías incrédulos y pesimistas (esas voces nunca faltan). Quiero escuchar la palabra de fe, como la que Rahab habló a los dos espías enviados por Josué.
Estamos en una pandemia. Hay previsiones de depresión económica terribles. Los gobiernos, por lo menos el de España, están muy limitados para responder a las necesidades del momento. Y muchas más cosas que se añaden a la lista. Pero creo, con toda esperanza, que el Señor está preparando muchos corazones y poniendo hambre y sed de lo eterno y de lo verdadero: del amor de Jesucristo. Y, ¡para esta hora hemos llegado al reino! Ese espíritu de fe de los dos espías, frente a los diez que desanimaron, es el que quiero rescatar cada día.
¿Qué tal si escuchamos el mensaje del Cielo antes de que llegue el mensaje de la Tierra? El mensaje del Cielo nos anuncia vida, victoria, salvación, perdón, milagros, ayuda oportuna y toda bendición en Cristo Jesús. Con esa buena nueva en el corazón oigamos también los mensajes de la Tierra que, tristemente, son durísimos y preocupantes. Es como tener mi sistema inmunológico espiritual fuerte para poder resistir a la infodemia. Pues, las buenas nuevas del evangelio son el mejor antídoto para enfrentarnos a todo virus espiritual que nos ataque.
4) Y, para no extenderme en este soliloquio, terminaré hablando del sano entretenimiento. Todos necesitamos leer, escuchar música, ver una película, reírnos un rato, jugar a un juego de mesa o informático, hacer un escape room, etc. Dicho de otro modo, oxigenar nuestra mente un poco. Pero no dejemos de ser selectivos y astutos en el espíritu. Hay una oferta que contiene un espíritu de muerte, de incredulidad, de lascivia, inspirado por el infierno. En cambio, hay muchísimas creaciones artísticas y lúdicas (cristianas y seculares) que son saludables para nuestro corazón. Yo cuido la salud de mi alma; y velo por esa salud en los de mi casa. Elige un buen libro. Hay música llena de belleza y vida. Lee poemas que te enriquezcan. Miremos una película que nos haga pensar y ser mejores. Carguemos las pilas espirituales con un buen audiolibro. Si concluimos que el entretenimiento es necesario, optemos por el entretenimiento que pasa el sello de calidad del Espíritu. Ya me entiendes…
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