Es posible estar confinados en la quietud de la casa y, sin embargo, sentir el alma asediada. |
En la antigüedad una de las tácticas para derrotar a un
enemigo que se escondía tras poderosos muros era el sitio. Cerrar el paso a cualquier
persona. Nada entra y nada sale. Y tras rodear la ciudad, cegar las entradas
de agua, y dejar correr el tiempo. Evidentemente, las provisiones se acababan
antes o después, y solo quedaba la rendición o la muerte. La historia sagrada
está llena de victorias por asedio (o derrotas, según quién haga la crónica).
Pues bien, mi soliloquio de hoy nace de un sentimiento que a
todos nos es común. Me refiero a que el ritmo y las presiones de la vida
moderna pueden convertirse en un feroz enemigo que nos deja sitiados por
dentro. Sin tiempo para respirar; para pensar; para interactuar; en definitiva,
para vivir.
Y se supone que los días de confinamiento podrían significar
una pausa en esa batalla contra el asedio; pero no. Estamos rodeados de
preocupaciones. Rodeados de responsabilidades por el teletrabajo o por el
cuidar de la familia (veinticuatro horas). Franqueados por los mensajes de las
computadoras, teléfonos inteligentes, televisiones o tablets. Que si
whatsapp, de los ochenta grupos en los que estoy. Que si nueva publicación en
Youtube. Y ahora (me piden), “escucha esta canción, que es muy buena”. Mis
hijos: “Papá, jolín, vente a ver la peli”. Entonces, recuerdo, “¡que se me pasa
la hora de mi reunión por Zoom!”. Y… madre mía, al día le faltan horas y
seguimos sitiados. Así que, me atrevo a decir que es posible estar confinados
en la quietud de la casa y, sin embargo, sentir el alma asediada.
El asunto no es guasa. Una de las estrategias de nuestro
enemigo, el Diablo, es la del sitio de la mente y del espíritu. Bloquear las puertas
del alma para que no entre lo que nos edifica y nos alimenta. Que no tengamos
tiempo para reunirnos, o para leer la Biblia, o para encerrarnos en nuestro
cuarto y estar a solas con Dios. De esa manera nos debilitamos interiormente y
vivimos turbados; alienados de la comunión con Cristo.
¡Nada nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús! (Romanos 8:39).
Es decir, que por su parte siempre nos amará y nos abrirá la puerta para la
comunicación. Aunque, por nuestro lado no debemos olvidar la advertencia hecha
por Jesús a sus discípulos: separados de mí nada podéis hacer (Juan 15:5). En
esto yo entiendo que nosotros sí que podemos separarnos de la comunión del
Espíritu y distanciarnos de la fuente de nuestra salud: Jesús, la Vid.
Una vez, Dios me reveló a un joven que estaba inmerso de tal
manera en el mundo virtual, en el sótano de su casa, que ni podía tener una
relación saludable con su familia ni con nadie; mucho menos con el Señor. En mi
sueño yo estaba en una montaña y un profesor a mi lado (creo que representa el
magisterio del Espíritu) que me pasaba un catalejo y apuntaba hacia la vivienda
del joven en cuestión. Cuando miré con esa lente ungida me quedé aterrado: la
casa estaba sitiada por demonios negros y altos, como de tres metros.
Custodiaban a aquel pobre ciberadicto que, sin saberlo, vivía literalmente
asediado.
¿No nos puede suceder a nosotros algo en menor o mayor
grado? Pienso en esto y me estremezco; en cómo podemos estar conectados a mil
pensamientos y mensajes desde que nos levantamos y hasta que nos acostamos,
pero desconectados del Señor y de tantas otras cosas bellas que nos ofrece en el
día a día.
El poeta Altolaguirre, de la generación del 27, expresó su
encierro interior con palabras vibrantes:
Mi soledad llevo dentro,
torre de ciegas ventanas.
Cuando mis brazos extiendo
abro sus puertas de
entrada
y doy camino alfombrado
al que quiera visitarla…
Ahora dentro de mí llevo
mi alta soledad delgada.
Manuel Altolaguirre se sentía en una fortaleza demasiado
alta y oscura, por la separación de su amada. Y cuando extiende sus brazos da
la sensación de que suplica compañía, abriendo las puertas a quien rompa su
asedio. ¿Y tú? ¿Estás por casualidad intramuros? “Pues sí, Juan Carlos”, me dirás. “Todos lo
estamos, por este confinamiento”. Sin embargo, no hablo de estar
en casa días y días… Hablo de esa soledad alta y delgada del corazón.
Podemos ser sitiados por tres fuerzas: nuestros propios
pensamientos y tormentas internas; la avalancha de mensajes, comunicación y
ocupaciones que nos rodean; o por las fuerzas del enemigo, que intenta
asediarnos y dejarnos aislados para debilitarnos. No pretendo, en mi
soliloquio, abundar tanto en la enfermedad como en la cura, pero permíteme citar
al escritor inglés Thomas Browne, a quien tachaban de enfermo de melancolía, mas
quien escribió con mucho tino (creo yo) sobre el mal y el buen aislamiento:
“Aunque viva en un desierto, nunca está el hombre solo; no ya porque está consigo y con sus pensamientos, sino porque el demonio lo acompaña” (de Religio Medici).
“Aunque viva en un desierto, nunca está el hombre solo; no ya porque está consigo y con sus pensamientos, sino porque el demonio lo acompaña” (de Religio Medici).
Esto me hace recordar el cuento aquel, del anciano
ermitaño. A pesar de estar refugiado en la montaña para dedicarse a meditar y a
orar estaba sumamente ocupado cada día. El caso es que alguien le preguntó: “¿Cómo
puede tener tanto trabajo si vive en soledad?”. A lo que el anciano con una
sonrisa respondió: “Porque tengo que entrenar a dos halcones, un par de
águilas, tranquilizar a dos conejos, disciplinar una serpiente, motivar a un
asno y domar un león”. El visitante sorprendido miró a su alrededor y exclamó: “¡No
veo por aquí a ninguno de esos animales!”. “Sí, amigo”, prosiguió el eremita, “estos
animales todos los llevamos dentro: los dos halcones son mis ojos;
dos
águilas, mis manos; los conejos intranquilos son mis pies; el león es mi ego; y
el burro perezoso, mi cuerpo; pero lo que más me cuesta domar es esa serpiente
peligrosa que llamamos lengua”.
¡Cuánto trabajo para uno solo! Por eso Thomas Browne nos
recomienda, en otra de sus obras, que esto del confinamiento no se nos ocurra
plantearlo sin Dios (y cito):
“Sé capaz de permanecer solo. No pierdas la ventaja de la soledad y de la compañía de ti mismo… debe encantarte poder quedar apartado y a solas con el Todopoderoso”.
“Sé capaz de permanecer solo. No pierdas la ventaja de la soledad y de la compañía de ti mismo… debe encantarte poder quedar apartado y a solas con el Todopoderoso”.
Estupendo. Nada nuevo hasta aquí. Solo recordar, he hecho,
la lucha interna y el estrés que nos produce la sobreexposición a las
comunicaciones. Hasta aquí todo es diagnóstico y nada de medicina. Pues remato
la faena con lo que el Señor me mostraba esta misma mañana.
Rembrandt: ‘La tormenta en el Mar de Galilea’ |
Hay dos momentos en los evangelios cuando los discípulos
están asediados de cuerpo y alma. Imagínalos rodeados de un mar intranquilo,
rabioso, hambriento, pues parecía que quería devorarlos. Y ellos encerrados en unos pocos
metros cuadrados, en aquella barcaza que parece partirse (en uno de los
episodios) o que apenas avanza (en el otro). Convendrás conmigo en que están
sitiados. Y en ambos momentos Jesús fue la llave que produjo el desbloqueo.
Me encanta el lienzo de Rembrandt (robado, por cierto, y en
paradero desconocido) ‘La tormenta en el Mar de Galilea’ (Mateo 8:23-27).
La inclinación del barco; la angustia de los discípulos; y cómo despiertan a
Jesús, en la parte más oscura del cuadro… Mientras que la luz penetra por el
lado opuesto, dejando más iluminada a la tempestad que al Salvador. A menudo
nos sucede así: el problema o el enemigo brillan tan fuerte que la salvación que
llevamos dentro parece olvidada. Al grano: cuando estés en un asedio, o sitio,
o encierro anímico y espiritual; ya sea por situaciones reales, como la tormenta
de los evangelios, o por emociones y pulsiones endiabladas; la calma y la
apertura está en el Maestro. En clamar a Jesús y “despertarlo”. Que al despertarlo a Él realmente estamos despertando nuestra fe y nuestra vida de
oración ferviente. “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (versículo 25). “Entonces se levantó,
reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma”. Dejemos que
Jesús se levante y los muros caerán. En esta ocasión muros de mar embravecido.
En otros lugares muros de piedra, como en Jericó. O muros de demonios, como en
las vidas de los endemoniados gadarenos, más adelante (Mateo 8: 28-32). Sea
como fuere, Jesús reprende esas paredes oscuras y trae la calma, la paz, la
amplitud de miras…
“Señor”, te ruego, “que esta cuarentena y crisis posterior no sean un viaje agonizante sino una travesía serena, con Jesús levantado en nuestras barcas”.
“Señor”, te ruego, “que esta cuarentena y crisis posterior no sean un viaje agonizante sino una travesía serena, con Jesús levantado en nuestras barcas”.
En Mateo 14: 22-36 tenemos el otro milagro: evidentemente la
situación era menos peligrosa. Estaban cansados. Serían como las cuatro de la
madrugada. Los días anteriores fueron de intensa actividad, alimentando a las
multitudes en lo físico y espiritual (Mateo 14:13-21). Pero, ahora están solos
en medio del mar, pues Jesús se ha quedado orando en tierra, y deben llegar al
otro lado en una navegación eterna ya que “la barca…
era azotada por las olas, porque el viento era contrario” (versículo 24). El
viento rugía amenazante y probablemente se preguntaban: “¿Volverá a levantarse
una tormenta como la del otro día? Y si es así, ¿qué haremos? Pues Jesús no está
con nosotros”. Las cosas, lejos de mejorar, empeoran cuando ven a un fantasma
que se acerca, andando sobre el mar: “Y los discípulos… se turbaron, y decían: ¡Es un fantasma! Y de
miedo, se pusieron a gritar”. Otra noche de agobio total en medio del mar, sin posibilidad
de salir corriendo hacia alguna parte.
Me dan ganas de reír al imaginar la
escena. Aquellos hombres curtidos por el mar y por los avatares de la vida
gritando sobrecogidos y abrazándose sobrepasados. Me identifico con ellos. No
eran súper ungidos. Ni la élite espiritual que camina con Jesús; o los
caballeros de la corte del Mesías. Nada de eso… Seres humanos frágiles y
temerosos, como tú y yo. Sin escapatoria ante fuerzas superiores: naturales y
espirituales. Sin embargo, no estaban solos. Jesús los amaba y los había
llamado a seguirle y servirle. No se había desentendido de sus amigos. Por el
contrario, llegó andando sobre el mar para darles otra grandiosa lección: nada
es imposible para mi Padre y para mí; yo tengo un camino sobrenatural, que os
saca de vuestro encierro, de vuestro asedio. Y “…enseguida Jesús les habló,
diciendo: Tened ánimo, soy yo; no temáis” (versículo 27). Además, para vosotros
nada es imposible tampoco, si creéis (Marcos 9:23). Pedro salió de la
barca y anduvo con Jesús sobre el mar. Y cuando se hundía, porque “viendo la
fuerza del viento tuvo miedo”, otra vez gritó “¡Señor, sálvame! Y al instante
Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?”. En fin, al llegar a tierra (el resto del viaje fue coser y cantar o,
mejor dicho, reír y remar), adoraron a Jesús diciendo: En verdad eres Hijo de
Dios (versículos 29 al 31).
Es hora de lo sobrenatural. De andar con Jesús por la fe y no por
la vista. Él nos va a hacer vivir cosas nuevas, sorprendentes y maravillosas. En
los vientos adversos, el cansancio de la noche, los peligros desconocidos (como
dice el Salmo 91:5, el terror nocturno) y la confusión, nos podemos sentir con
el alma asediada. En medio del mar, en una barca vulnerable y sin
escapatoria. Pero Jesús nos dice, igual que a los discípulos: “Tened ánimo, soy yo; no temáis”. Él
siempre llega a tiempo, en el momento preciso y no deja que nos hundamos en
nuestros temores y tormentas. Solo tenemos que gritar “¡Señor,
sálvanos, que perecemos!” (Mateo 8:25);
o, simplemente, “¡Señor, sálvame!” (Mateo 14: 30). Y
Jesús nos abre un horizonte nuevo y milagroso.
Volviendo al poema ‘Separación’, de Manuel Altolaguirre:
Mi soledad llevo dentro,
torre de ciegas ventanas.
Cuando mis brazos extiendo
abro sus puertas de
entrada
y doy camino alfombrado
al que quiera visitarla…
Te aseguro, mi querido lector (y me lo digo a mí mismo, pues de
eso se trata el soliloquio), que si extendemos nuestros brazos a Jesús se acaba
el encierro. En esta hora tan oscura, en la que recordamos nuestra debilidad, Él
está deseando llegar, visitarnos y mostrarnos su amor.
Amen,graciaaas
ResponderEliminarAmén.
ResponderEliminarSanto!!!Cuan grande es Dios,gracias Cristo por tan gran amor!
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